“El perdón, si tiene un sentido y si existe, constituye el horizonte común de la memoria, de la historia y del olvido”
Paul Ricouer
Yad vashem significa en hebreo “nombre eterno”. Proviene de las palabras bíblicas del profeta Isaías “yo he de darles en mi casa y dentro de mis muros (…) un nombre eterno que nunca será olvidado” y es precisamente eso lo que se ha pretendido en este Centro Mundial de la Conmemoración de la Shoá, dar un nombre individual y eterno a cada judío asesinado durante el Holocausto.
A través de los objetos, las fotos, los libros no leídos o nunca acabados que pertenecían a alguien, se ha creado el relato de uno de los hechos más vergonzosos de la historia de la humanidad. Se ha diseñado un dispositivo museístico apabullante para generar una experiencia sensorial a la vez que actúa como contenedor de información.
Es tan importante la información como sentir la experiencia. La memoria colectiva es algo que construimos entre todos los seres humanos. La guerra y la barbarie son comunes a todas nuestras civilizaciones, por lo cual la experiencia debe ser compartida y mostrada para todas las futuras generaciones, son hechos puntuales, pero todos ellos forman parte de nuestro pasado colectivo como humanidad. “Los pueblos que olvidan su memoria están condenados a repetirla”
Yad Vashem está ubicado en el monte Har Hazikarón (en hebreo significa monte de la conmemoración) a las afueras de Jerusalén. La localización es también la clave principal de la propuesta arquitectónica del conjunto. En este caso se opta por soterrar la mayor parte de la edificación, de modo que no se alterase violentamente la fisionomía del lugar, distribuyendo en diferentes terrazas los accesos de vehículos y peatones. El proyecto permite un ‘paseo arquitectónico’ hacia la cima. El emplazamiento y la relación con el entorno fue efectivamente uno de los principales retos, tal y como su propio arquitecto Moshe Safdie reconoce. Su intención fue la de evitar construir en la cima del monte y reemplazar el bosque de pinos por aparcamientos. El museo se ha concebido “cortando” el monte desde el sur, para que, en palabras de Moshe Safdie, hacer “explotar” el conjunto hacia el norte, siendo la claraboya la única señal de la presencia del museo. En la proyección del Museo también traza una línea, un “conducto” de 183 m de sección triangular, con una estrecha línea de luz en su vértice superior, que penetra en cuña en la colina, atravesándola. Cuenta con 4.200 m2 museísticos en un área de 75.000 m2. La inspiración preliminar, como reconoce el arquitecto, se encuentra en las ciudades subterráneas de Capadocia y en las cuevas de Beit Guvrin que marcan las directrices del proyecto.
El Museo del Holocausto es la pieza principal de Yad Vashem. El edificio es brutal y hermoso a la vez, luce como una brecha en la montaña de estructura prismática que penetra hacia el interior de la montaña por un lado y por el otro queda pendiendo de la nada, abriéndose en voladizo, ejerciendo un efecto dramático de todo conjunto. Brindando una vista imponente de la Jerusalén nueva y moderna.
En palabras del arquitecto del museo Moshe Safdie, “la historia del Holocausto es demasiado terrible, cruel y vergonzosa como ninguna otra en los anales de la civilización, para contarla en galerías normales, construcciones arquitectónicas tradicionales con puertas, marcos de ventanas y otros detalles”.
Bocetos previos del arquitecto Moshe Safdie
Planos del conjunto.
Momento de la construcción.
El museo se estructura por un corredor lineal, que actúa como un sendero de 183 metros de largo en forma de flecha que penetra dentro de la montaña. Del núcleo o tronco se abren las salas como ramas a los lados del corredor central. La luz acentúa la narrativa y contribuye a una experiencia que envuelve al visitante mostrándote y adentrándote en el tiempo, el lugar y el ambiente.
Según las ordenanzas de Jerusalén, su estructura y acabado debían ser de piedra caliza local, norma obligada por las leyes urbanísticas de la ciudad para todas las construcciones. Pero buscando evocar el frío carácter industrial del Holocausto, Safdie decidió y obtuvo un permiso excepcional para el uso del hormigón sin revestimiento. “Sólo el hormigón, dijo, podría alcanzar el sentido simbólico de base monolítica, libre de juntas, de mortero o de cualquier otro embellecimiento”. Al usar el hormigón se renunció a la idea de contextualizar el proyecto; es más, se ha puesto en cuestión la misma idea del contexto, con un elemento ajeno al paisaje controlado de la ciudad. El uso del hormigón, puede explicarse también por su color y su impacto físico y psicológico. Según estudios, el gris, al encontrarse entre el blanco y el negro, está considerado neutro, un color que tiene la cualidad de ser inactivo pero que, a la vez, tiene connotaciones psicológicas y fisiológicas que lo definen como un color que, en grandes cantidades, produce turbación, y una disposición a la tristeza y la desolación. El hormigón siendo un material pesado es a la vez dúctil, produciendo tanto estructuras monolíticas, cuyo simbolismo se relaciona con el carácter pesado de dicho material, como en el Monumento a los judíos de Europa Asesinados en Berlín o La Torre del Holocausto en Hamburgo, así como estructuras incorpóreas tal como está utilizado en Yad Vashem.
Safdie reflexionó respecto al proyecto: “Ningún diseño de los que he tenido que emprender en mi vida estaba tan cargado de simbolismos. Parecía que cada movimiento, forma y secuencia provocaba múltiples interpretaciones y un debate sin fin. Ahora que el público ha tomado posesión del complejo, estoy sorprendido de la diversidad de interpretaciones y reacciones”
La entrada al complejo es monumental, inspirada en los acueductos romanos marca el límite de un espacio sagrado con el resto de la ciudad creando una “pantalla” donde están escritas las palabras bíblicas de Ezequiel: “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra”. Con esta “barrera”, Safdie define las dos dimensiones de la hierotopia (lugar sagrado): la física y la psicológica. La evocación de la arqueología en todo el conjunto, seguramente, es una manera de reflejar el arraigo de las formas arquitectónicas, las formas eternas en construir–habitar y los valores permanentes del ser humano. También en su configuración, el edificio se descompone en dos partes: la contundente cubierta de hormigón y los muros de grandes piedras de basalto y, entre ellos, una estrecha franja de luz. El visitante, quien no perderá contacto visual con los extremos de la línea de 183 metros, aunque nunca la podrá recorrer en línea recta. Los visitantes ingresan por un puente y pueden ver la luz al final a lo largo del corredor central, pero sienten la opresión que generan las paredes inclinadas y el prisma. El visitante estará obligado a avanzar en un recorrido zigzagueante obligándole a penetrar en cada sala, que se abren como ramas adheridas al tronco central. Una vez visitada la sala se vuelve al corredor central. Es en sí un recorrido que conduce a los visitantes, de modo que impide completamente “saltar” algún “capítulo”, “atajar” y perderse algo de la historia desarrollada cronológicamente frente a ellos. Este movimiento parece ser simbólico del inexorable camino del sacrificio de los judíos y hace que los visitantes empaticen con la falta de elección sobre el camino y, finalmente, la vida del pueblo judío hacia el Holocausto. Las salas de exposición son contenedores de objetos, leyendas, audiovisuales y ámbitos recreados fielmente. Contrastando con el minimalismo arquitectónico obedecen al proyecto museográfico de Dorit Harel y Avner Shalev, director y comisario de Yad Vashem. Se utilizan una gran variedad de técnicas expositivas para crear un catalizador de conocimiento y empatía.
Imágenes del pasillo central, donde se aprecian las puertas de entrada a las diferentes salas.
Las salas recuerdan cavernas excavadas en la roca y se distinguen unas de otras por su forma, tamaño e, incluso, la dimensión de las entradas. Algunas reciben luz natural a través de unos lucernarios esculturales que penetran la tierra. La luz cenital, omnipresente en el recorrido arquitectónico, juega un papel central en la composición induciendo a los visitantes hacia un sentimiento de esperanza y no de desesperación. Cuando la historia se acerca a Aushwitz y la solución final, el suelo se inclina hacia abajo, adentrándose el prisma dentro de la tierra. Es el punto más estrecho de la forma prismática del museo entroncando con la narrativa sobre Auschwitz-Birkenau y el exterminio de 1,1 millones de judíos. Desde este punto, el prisma se ensancha gradualmente hasta el final, donde las dos paredes que, inicialmente parecían oprimir al visitante, se abren como dos alas, en una explosión de vida. Cuando la ruta se acerca a su final, el suelo asciende en suave pendiente y el triángulo se abre hasta emerger al exterior en un amplio balcón que asoma sobre el paisaje: un horizonte de colinas.
En la sala principal, la Sala de los nombres, proyectada por Moshe Safdie y Dorit Harel, cuya forma consiste en dos conos especularmente situados, se depositan unas páginas-testimonio de más de 2 millones de víctimas del Holocausto. Lugar y nombre, son las dos claves, que se representan, por un lado, por la narrativa estética y espacial y, por el otro lado, por la narrativa histórica, documentada, fría y científica, con hechos, listas, mapas, estadísticas, noticiarios, números de víctimas, etc. Esta simbiosis entre hechos y sentimientos, entre pensar y sentir, convierte el complejo en un lugar cargado de significados más allá de un museo histórico o de un memorial. El Museo sigue con la misión histórica de enviar hojas de testimonio para quienes posean información sobre las víctimas, para que sean renombrados por las generaciones venideras. La sala cuenta con 2,7 millones de hojas, pero hay cabida para más de 6 millones que fueron el total de judíos asesinados. En la cúpula hay representaciones con las fotos y las hojas de testimonio que se reflejan en el agua excavada bajo la montaña. Es un efecto absolutamente sobrecogedor. Se estima que lleva una media de dos horas realizar todo el recorrido.
Sala de los nombres.
Destalles constructivos de la sala de los nombres.
Más que un museo es un emblema. Se centra no en las grandes cifras sino en cada tragedia individual, da el lugar individual, víctima a víctima, con sus nombres y su pequeña historia personal, poniendo en el centro de la filosofía museística a esos hombres y mujeres que tenían vidas reales y que fueron protagonistas de la historia muy a su pesar. Es simplemente impactante y sobrecogedor, generándose a cada paso una pregunta constante ¿Cómo fue posible?
Imágenes exteriores.
Desde el Museo de la Historia del Holocausto se asciende, ya en el exterior, a la Sala del Recuerdo, en cuyo suelo de basalto negro están grabados los nombres de 22 lugares que fueron campos de exterminio nazis, simbolizando todos los lugares de exterminio, concentración y tránsito dispersos por Europa. La sala sugiere, en su representación, el contraste entre dos mundos: el exterior, donde la intensa luz de Jerusalén se refleja en sus superficies ásperas de piedra y hormigón; y el interior, un espacio meticulosamente definido donde el visitante se sumerge en la oscuridad. Una llama brilla en uno de los rincones y eleva su humo hacia la obertura en el techo en forma de tienda.
Imágenes de la sala del recuerdo.
Ascendiendo por la ladera de la montaña encontramos la cripta que acoge “El Memorial a los niños”. Se estima que más 1.500.000 de las víctimas eran niños. En la sala, decenas, cientos, miles de pequeñas velas que se encienden de manera alternada se reflejan hasta el infinito iluminando el inmenso espacio a oscuras. Se escuchan entonces los nombres, la edad y el origen de las de millón y medio de niños y jóvenes que no pudieron llegar a ser adultos y vieron sus vidas truncadas por ese cobarde acto de irracionalidad. Al pensar en el Memorial a los Niños del Holocausto, Safdie escribió respecto de la posible representación: “Me dieron acceso a los archivos y pasé días viendo los restos de vidas perdidas. Comencé a apreciar el matiz de la información frente a la contemplación, la confrontación frente a la mediación. Me di cuenta de que el visitante que emerge del Museo de Historia ya estaría saturado de información. Por lo tanto, el Memorial de los Niños del Holocausto debía tratar sobre la reflexión”
Imágenes del exterior e interior del "Memorial de los niños".
El bosque de los hombres bondadosos
La cripta esta bordeada de árboles plantados en honor a los “hombres justos de las naciones” más de 16.000 personas no judías que arriesgaron sus vidas por salvar vidas inocentes.
“Recuerdo solamente que yo también era un inocente e igual que tú, mortal ese día, yo, también, tenía un rostro marcado por la ira, por la piedad y la alegría, simplemente un rostro humano” Benjamin Fondane, Exodus. Asesinado en Auswith, 1944.
Memorial a los hombres justos de las naciones.
Siempre ha habido un amplio consenso nacional entorno a este lugar que se ha roto con el nombramiento de Eitam en 2020 como director del centro. Han surgido muchas críticas entorno a su nombramiento en un espacio de consenso como el memorial “a partir de este momento cabe preguntarse cómo Yad Vashem predicará contra todo racismo cuando su presidente es un racista intransigente, un ultra nacionalista de derechas”. Yad Vashem ha sabido siempre transmitir un mensaje contra todo racismo y toda discriminación y no solo contra el antisemitismo. Han surgido muchas quejas contra este nombramiento en uno de los símbolos más sagrados de la identidad nacional israelí.
Pinturas de protesta en el memorial contra el nombramiento de un ultranacionalista como director del centro.
Los museos son almacenes de conocimiento, destinados a promover las agendas culturales, sociales y políticas, construyen narraciones que, efectivamente, pueden diferir de uno a otro a pesar de que diferentes museos aborden el mismo acontecimiento histórico. La narración de cada museo particular refleja el sistema de valores y los intereses políticos fundacionales o de la institución. Si bien hay muchos lugares en todo el mundo dedicados a la memoria del Holocausto, cada uno apoya “un Holocausto diferente”. El propósito del museo Yad Vashem fue el de dar voz propia a cada víctima como una persona individual y no simplemente como una víctima. El museo utilizó varios dispositivos, como fotografías personales, grabaciones de video de los supervivientes y una base de datos en la Sala de los Nombres que permite buscar información personal sobre cada uno de los individuos exterminados. Esta orientación hacia la «individualización de la historia» fue posible gracias a los avances tecnológicos que se habían producido desde la creación del museo anterior, pero también un cambio conceptual que se produjo con la decisión de escuchar las voces de los supervivientes describiendo sus experiencias como parte del proyecto museográfico. Sin embargo, este marco común, material y significativo forma parte de la memoria intersubjetiva. La memoria en su objetivación espacial — en el monumento - museo — busca visiones del pasado para inscribir en él una visión de la historia nacional y para erigir así su hegemonía y legitimidad en el espacio. Estos lugares de la memoria no sólo conmemoran los caídos y el holocausto, sino que son concebidos para marcar el territorio y construir el paisaje como la representación pétrea de unos valores y unos ideales. El pasado incide en el presente configurándolo de diversas maneras; no obstante, el presente también dispone al pasado de acuerdo a las expectativas y necesidades que van emergiendo. Pero este juego de temporalidades trasciende si además se toma en cuenta la forma en que el tiempo pasado como representación, memoria, establece vínculos con el espacio y fomenta una configuración espacial para la rememoración y las prácticas sociales.
La pluralidad cultural, política y social que caracterizan nuestras sociedades contemporáneas constituye, por otro lado, el campo de cultivo que alimenta las ideas que rigen el proyecto arquitectónico de estos lugares de la memoria. La arquitectura abstracta resulta polisémica, tiene una interpretación y unos significados intersubjetivamente construidos. Es por eso que la arquitectura de estos lugares como marco físico para los rituales de la rememoración de cada acontecimiento violento y traumático, nos hace sentir y nos hace reflexionar sobre la violencia, la injusticia, el abuso, la condición humana. Tal vez, sea un mecanismo necesario para prevenir la violencia y no volver a acometer los mismos errores del pasado y a largo plazo, tal vez, no sea un impedimento para que funcione el mecanismo psicológico del olvido, el que da sentido en la historia de la evolución humana.
Yad Vashem fue inaugurado en 2005.
"Gracias a la memoria se da a los hombres lo que se llama experiencia”
Aristóteles
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